Al encuentro de Odón. En el 150 aniversario de su nacimiento
Como ya habíamos anunciado hace algún tiempo, este año 2013 se conmemora un doble aniversario vinculado a la figura de Odón de Buen.
El día 4 de Abril habrán transcurrido diez años desde que sus restos mortales, recién traídos de México D.F. quedaron alojados en su mausoleo, instalado en el cementerio municipal de Zuera, su pueblo natal. Y desde entonces, un rincón convertido en discreto lugar de peregrinación para sus descendientes, amantes de su legado, espíritus curiosos y odonistas en general. En él descansan también los de su esposa Rafaela.
Algunos nunca olvidaremos el carácter de magno acontecimiento que para la Villa de Zuera adquirieron los actos celebrados aquel día en su honor. Acontecimiento al que contribuyeron tanto la nutrida representación familiar, como la presencia del Presidente del Gobierno de Aragón y otras autoridades provinciales y locales así como la masiva presencia del pueblo de Zuera.
Recuerdo que el cierzo también nos hizo notar su presencia.
Sin embargo y, nostalgias aparte, me parece más relevante la otra fecha, la otra efeméride, aquella que nos impulsa a evocar el ciento cincuenta aniversario de su nacimiento. Circunstancia que de hecho tuvo lugar el 18 de noviembre de 1863.
En muchas ocasiones me he preguntado por el apego que algunos sentimos hacia la figura de Odón y de dónde nace el deseo de mantener viva su memoria, su trabajo y, especialmente, esa manera suya de estar en el mundo. Y aunque son múltiples las razones que podría esgrimir, hay una que prevalece sobre todas ellas: la necesidad. Una necesidad, no sé si de origen antropológico, pero que es la misma que habitualmente nos lleva de manera imperiosa a buscar y fijar la mirada en aquellos seres cuyas actitudes parecen convalidar nuestros valores, mientras establecen pautas que nosotros convertimos en patrones de relación.
La primera evidencia de dicha necesidad se revela a través del magnetismo y el poder de seducción que el personaje ejerce sobre nuestras mentes. Y que en el caso de Odón se van haciendo más categóricos a medida que lo vamos conociendo. Es él un ser inteligente y luminoso, brillante. Firme en sus principios y coherente en sus hechos. Emprendedor y constante, generoso en el esfuerzo y contagiosamente positivo. Etc., etc.,etc.., Cualidades todas, que las circunstancia locales y los espacios compartidos se encargan de sublimar y mitificar.
Qué duda cabe de que esos caracteres forman parte de la imagen de un ser idealizado, la de un venerable icono tal vez, pero el tiempo y la historia se han ocupado de que sea esa la mirada a través de la cual lo contemplamos.
Como derivando de lo anterior emerge una especie de imperativo cívico que nos impulsa a darlo a conocer y a compartirlo. A sacarlo del anonimato e intentar ubicarlo en la grada que por méritos propios, a nuestro juicio debería ocupar, y que las circunstancias históricas le hurtaron en su momento. Pero no solo para llevar a cabo un postrero acto de reconocimiento y justicia, sino porque su presencia nos produce un efecto enriquecedor y benéfico, casi terapéutico, que sería de necios desaprovechar.
Finalmente está la gratitud. Ese recóndito y gratificante placer que produce el ser agradecido. En primer lugar, por proporcionarnos un espejo en el cual mirarnos con actitud crítica, a la par que confiada. Por su amor a la libertad, a la democracia y a sus ideas desde el respeto escrupuloso a los credos de los demás. También por la lealtad mostrada a lo largo de toda su vida hacia los suyos, sus paisanos y su pueblo, este lugar adonde siempre quiso volver.
Como decía al principio este año estamos dedicando más tiempo a pensar en él. Si de alguna forma nos contempla, seguramente sabrá que por aquí no corren buenos tiempos, pero que, a pesar de ello, vamos a intentar honrar su memoria de manera acorde a la admiración, el afecto y la gratitud que le profesamos.
Javier Puyuelo Castillo
Vicepresidente del CEOB
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