Los montes de Zuera, incendios y cambio climático, por Santiago Marraco ( Ingeniero de Montes y expresidente del Gobierno de Aragón)

Montes de Zuera, la calzada romana tras el incendio de 2008

Pese a los avances del conocimiento y las advertencias de los científicos resulta difícil convencer a los poderes públicos y a la sociedad de la urgencia de proteger del medio ambiente de los impactos negativos derivados de la actividad humana. Por ello cualquier reconocimiento al trabajo de nuestros investigadores en este campo, debe celebrarse, aunque tarde en llegar.

Dos de los barcos oceanográficos españoles que surcan hoy los mares llevan, como homenaje merecido, el nombre de sendos científicos ligados al Instituto Español de Oceanografía, y especialmente al laboratorio de Palma de Mallorca: Odón de Buen y mas recientemente Miguel Oliver.

Respecto a Odón de Buen, desde el Gobierno de Aragón tuvimos la oportunidad de dedicarle un año conmemorativo y editar un poster con su figura con la intención de recuperar su memoria. Mas tarde, estando al frente del ICONA, tuve oportunidad de frecuentar a D. Miguel Oliver cuando fue nombrado presidente del Patronato del Parque Nacional Marítimo Terrestre del Archipiélago de Cabrera.

Entre ambos científicos, existe un sorprendente paralelismo: El Dr. Oliver, pertenecía también a una familia de izquierdas represaliada, era un biólogo marino y dirigió el laboratorio de Palma de Mallorca y el IEO. Si al primero le corresponde el honor de haber fundado ambas instituciones, al segundo le cabe el de haberlas impulsado y modernizado tras el escaso interés que se les presto durante el franquismo.

Hablando sobre los posibles impactos de los vertidos de hidrocarburos en el entorno del Parque Nacional, el Dr. Oliver contó que el profesor de Buen, de quien hablaba con admiración, ya había advertido setenta años antes sobre esta problema que ya empezaba a notarse en el Mediterráneo . Al parecer, cuando trato de evaluar la magnitud de los vertidos no logró que ninguna nación facilitara datos sobre los de sus flotas, probablemente porque nadie lo había considerado importante. Tuvieron que llegar el Exon Valdez o el Prestige para que se tomara conciencia de ello.

Ante el cambio climático estamos en términos parecidos: en los años 60 y 70 del pasado siglo algunos estudios científicos advirtieron del impacto de las actividades humanas sobre el clima, Naciones Unidas se hizo eco de ello en la Conferencia sobre el Medio Humano de Estocolmo (1972), preocupación que culminaría en la Conferencia de Toronto (1988), donde se pondría en marcha el Convenio Marco sobre el Cambio Climático (N.Y 1992) del que sigue el Convenio de Kyoto (1997) y sus actualizaciones posteriores. Han pasado cuarenta años y todavía, a pesar del trabajo de la ONU, personajes públicos como Aznar siguen cuestionando la importancia y la urgencia de hacer frente a este problema.

Cierto es que no disponemos aun de metodologías para predecir con exactitud, a escala local los cambios que puedan producirse según diferentes escenarios de cambio de clima, pero ello no obsta para que se deban tener en cuenta en la gestión de los montes y aun menos a la ahora de cumplir los compromisos internacionales de reducción de las emisiones de gases, tal como lo hemos asumido.

En nuestro trabajo, los forestales debemos considerar múltiples variables de largo plazo. El ciclo de gestión de nuestros bosques se sitúa entorno a los cien años, es decir, que las decisiones que se tomen ahora tendrán consecuencias dentro de un siglo, aunque algunos efectos podrán observarse y corregirse en plazos menos largos. No debe extrañar que las advertencias sobre probables cambios en el clima, factor básico en la evolución del suelo y la vegetación, estén sembrando de incertidumbre los modelos de gestión forestal que debemos aplicar. Un ejemplo próximo lo podemos encontrar en las posibles respuestas de la vegetación de los montes de Zuera, en un escenario de cambio climático y de incendios forestales reiterados.

El bosque mediterráneo ha evolucionado con el fuego. La vegetación ha adquirido aptitudes para sobrevivir tras los incendios y, en ocasiones el fuego puede contribuir al rejuvenecimiento de los ecosistemas.
El pinar o carrasco con coscoja domina en los montes de Zuera y Castejón de Valdejasa. Refugiado en las partes altas, queda fuera de las heladas negras del fondo del Valle de Ebro. La coscoja, que en esta parte de Aragón llamamos “sarda”, brota fácilmente de cepa cuando el fuego ha corrido rápido y no ha llegado a quemar entre dos tierras. El pino carrasco, que suele acumular poco combustible a su sombra, mantiene las piñas en la copa sin abrir durante bastante tiempo, abriéndose con el calor del incendio y diseminando los piñones sobre las cenizas. Si tras un incendio viene alguna lluvia otoñal, ambas especies pueden regenerarse moderadamente bien bajo la protección del matorral heliófilo acompañante, que también rebrota rápidamente tras el paso del fuego. La orografía de esta zona, con numerosas colinas y valles, permite que queden corros del bosque sin arden, que sirven de reservorio para le dispersión de las semillas hacia las zonas mas quemadas. Los problemas de conservación se intensifican cuando los incendios se repiten a intervalos cortos, agotando la reserva de semillas y no dejando alcanzar la edad de fructificación al estrato arbóreo. Mal que bien, estas masas de pino carrasco-coscoja se han mantenido has ahora superando los grandes incendios que los afectan en intervalo de veinte o treinta años.

Pero, si camínanos hacia un clima más continental y seco, ¿hacia donde evolucionaran esos montes? Desde luego, hacia otra vegetación diferente. En las condiciones actuales de clima, la regresión del pinar-coscojo lleva a una estepa de matorral ralo de romero-lino. En condiciones de mayor sequía, no podrá regresar nuevamente de forma natural hacia el primer tipo de bosque, permaneciendo en la etap de esta durante cientos de años.

Si se incrementa el periodo de sequia anual mas de 180 días o si aumentan las heladas invernales, el pino carrasco sobrevivirá con dificultad y la coscoja adoptara forma s de matorral raquítico. Es probable que se extienda la sabina albar (J.thirifera), mas resistente y abundante en las sierras monegrinas, al otro lado del Gállego. Si mejorara la distribución anual de la lluvia, aunque aumentara algo la temperatura media, podría prosperar la encina, como en los carrascales que se extienden hacia Huesca.

La técnica forestal no puede alterar el signo de un cambio climático consecuencia del desarrollo insostenible, pero permite anticiparse a los cambios acelerando los procesos de sustitución: introduciendo la sabina albar en incluso la sabina pudia (J.phoenicea), mas resistentes al calor y la sequia, para incrementar su presencia en caso de ir hacia un clima más árido, aclarando la masa de bosque para paliar la competencia por el agua, evitando la perdida de suelo corrigiendo las barranqueras y restaurando los bancales en los cultivos abandonados, etc. pues es un escenario de mayor aridez mas probable que el de una mejora en la distribución de la lluvia.

Los montes de Zuera y Castejón representan una valiosa herencia natural que debemos conservar para las generaciones futuras, propiciando las formaciones s vegetales que resulten mas estables frente a los cambios de clima que nos depare este siglo. Hagamos caso, por una vez, a las advertencias de los científicos antes de que sea demasiado tarde.

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