JOVEN NOTABLE. (Las Dominicales del Libre Pensamiento. 5 de octubre de 1884)
Celebrábase estos días pasados un acto notable en el paraninfo de la Universidad. Varíos jóvenes de la facultad de Ciencias disputábanse el premio de la licenciatura (consistente, como se sabe, en la concesión del título, libre de gastos) ante un tribunal compuesto de un gran número de profesores.
Todos los jóvenes que acudían á la oposición tenían una historia brillante. Además venían preparándose con ardor al lado de sus profesores desde hacía largo tiempo, como que se trataba del premio principal de la carrera. Leyéronse Memorias notabilísimas escritas en las cuatro horas señaladas para el ejercicio. Alguna
de esas Memorias había ya cautivado por su brillantez el ánimo del tribunal. Toca en esto el turno a Odón de Buen. Comienza la lectura de su Memoria y bien pronto el tribunal queda sorprendido y subyugado oyendo aquel sólido, elocuente, brillantísimo trabajo. El tema era de alto vuelo: se trataba nada menos que del concepto de la Naturaleza; la filosofía y la experimentación debían ponerse a tributo. El joven
disertante cumplió con estas exigencias a maravilla.
La última palabra de la ciencia estaba consultada y tenida en cuenta. Respiraba a
más la Memoria un entusiasmo fervoroso por la ciencia, y como correlativo una enemiga resuelta a los viejos ideales que dificultaron su progreso, enemiga expresada en algunas frases tan vivas como ingenuas. En el tribunal había varios profesores que no comparten ciertamente las ideas del disertante, ni en filosofía, ni en ciencias, ni en otras varías candentes esferas. Sin embargo, el fallo fue unánime: a consecuencia del extraordinario mérito del trabajo se le adjudicó el premio.
¿Sabéis ahora la edad de ese joven? Pues tiene ¡diez y nueve años! No hay duda que posee condiciones de inteligencia excepcionales y lo prueba que ha hecho su carrera con el producto de las pensiones y premios que ha ganado. Pero no debe atribuirse a esto su sólida instrucción; hay que atribuirlo al método de enseñanza. Odón Buen, dirigido por el Sr. Bolívar, catedrático tan ilustre como modesto, más conocido fuera de España que aquí, pues no cesan de consultarle sobre asuntos de su especialidad los hombres más eminentes en ciencia de Europa y América, en vez de estudiar entre las cuatro paredes del aula ó de la biblioteca, lo ha hecho sobre la Naturaleza misma, en las montañas, los ríos, las costas, los valles. En tres ó cuatro años de este género de vida ha llegado a adquirir un incalculable tesoro de conocimientos; muchos más que hubiera obtenido en 30 ó 40 años de trabajos por el método antiguo.
No se podría ponderar bastante la pasión, el entusiasmo que Odón tiene por el trabajo científico. Oídle y os sostendrá con fé que es capaz, con sus profesores, de hacer el mapa de la flora y fauna de España en tres ó cuatro años, cuando otros mapas semejantes no se hacen en un siglo. Veis al guerrero que está impaciente por oír
la orden del general de comenzar el ataque, pues otro tanto le sucede a Odón Buen con sus trabajos de naturalista. Aquel cuerpo delgado, flexible, con la cabeza Inclinada siempre adelante como en símbolo de su sed de investigar é ir más allá, está sediento de movimiento. El ha hecho excursiones científicas en los montes de Toledo, en Múrela, en Vascongadas, en Granada, en Extremadura, hasta en África, unas veces solo, otras acompañado. No teme lluvias, calores, ni distancias. Una mañana salió solo
de Trujlllc; subiendo y bajando cerros, entretenido recogiendo insectos y plantas, anduvo y anduvo sin darse cuenta de lo que hacia.
Halló en esto un santuario y entró a descansar. El cura le recibió con agasajo preguntándole que de dónde venia. «De Trujillo contestó, de donde he salido esta mañana a dar una vuelta.» El cura, mirándole con sorpresa y como negándose á darle crédito, le dijo: «¿Sabe V., joven, que Trujillo está nueve leguas de aquí?» En efecto, se hallaba en la Vera de Plasencia. Loco de entusiasmo entre aquella hermosa naturaleza , no había advertido que llevaba andando doce horas: eran las cuatro de la tarde.
Algunos contratiempos graves le ha costado su arrojo. Cierto día, yendo solo también por los montes de Toledo, saliéronle al paso ladrando dos enormes mastines; advirtió a los pastores, sacando el revólver, que mataría los perros si los dejaban acercarse. Sabida es la brutal malicia con que obran esos hombres y a quien el egoísmo social relega a la categoría categoría de fieras; parece que riñen y en realidad azuzan á sus perros. Odón, sin alterarse, viéndose acometido, disparó contra uno de los
perros y le tendió muerto. Dos pastores vinieron á él escopeta en mano amenazándole.
«El primero que alce el cañón de su escopeta queda tendido como el perro,» les dijo
el joven apuntándoles con su revólver. La presencia casual de una tercera persona, cortó aquella situación grave.
No han dejado de ladrarle otros que no son perros, porque tan entusiasta por las ideas como sincero, no se contiene entre clérigos ó leyes para censurar lo que entiende malo y aplaudir lo bueno. Hay, sin embargo, un algo que le protege, y
es su inocencia. En aquel rostro no se descubren intenciones segundas. La risa juega en él sin hartarse. A veces se explaya en carcajadas alegres y ruidosas.
Es bondadoso, franco, ingenuo, llano hasta la exageración. No se cuida de su persona. Con su ancho sombrero achocolatado, que le sirve para ponerse a cubierto de la lluvia ó el sol en las excursiones, se va á pasear al Prado ó a tomar café en Fornos.
Esta llaneza, que contrasta con la amplia y delicada cultura de su espíritu, reflejada en su palabra, clara, precisa, que sale de sus labios delgados, rápida y silbante como bala disparada por fusil, hacen su trato tan excesivamente simpático que llega a producirle contrariedades, porque no hay quien le hable una vez que no se empeñe en ser su amigo y sostener con él correspondencia que le distrae de sus trabajos. Un amigo nuestro que le conoció fuera, nos escribía de él con indecible entusiasmo y acababa diciendo: «¡quién tuviera hijos así; dichosos sus padres!»
No es ponderable su actividad. Aquel manojo alto, delgado, pero saludable , de huesos y nervios, está siempre en movimiento, ora en el Jardín Botánico, ora en el Museo de Historia Natural, ya recibiendo clases en la Universidad, ya dándolas en el colegio; á una hora en la Biblioteca, a otra en la Sociedad de Ciencias naturales, de que es asiduo y entusiasta miembro; un dia se marcha de excursión al Escorial, otro al Pardo. Y no le falta tiempo para estrechar la mano de sus paisanos en el Círculo aragonés, ó de sus amigos en los cafés y domicilios particulares.
Su pasión única es la ciencia. Para ella y por ella vive. Pero la amplitud de su inteligencia le ha hecho ver al punto que la causa de la ciencia está unida á la de la República, y es republicano ferviente. Libre-pensador, no hay que decir.
«¿Quiere V. ir, le dije, á visitar la estación prehistórica de que me habla mí amigo Sainz de Rueda?» «Corriendo, cuando V, quiera,» me contestó. Era esto cinco ó seis días antes de su oposición, y me hizo la cuenta de los días que emplearía en el viaje, de la cual resultaba que, no perdiendo un solo cuarto de hora, regresaría aquí con tiempo de entrar en la oposición. Ni siquiera se le ocurrió que iba a perder estos últimos días tan preciosos para prepararse. Claro es que no acepté su propuesta, convencido de que un descarrilamiento, un accidente cualquiera, facilísimo de ocurrir, le impedirla tomar parte en aquel acto para el que venia trabajando con entusiasmo y que era para él de gran importancia, bajo varios aspectos. Es seguro que de marcharse no hubiera podido tomar parte en la oposición. Pero ya digo, él no
pensaba, al proponerle la cuestión, sino que se trataba de un descubrimiento que podía tener cierto interés para la ciencia. Estoy seguro que si se le dijera: «¿Quiere usted verificar una excursión al interior de África?» respondería
sin dudar: «Ahora mismo.»
¡Y pensar que las fuerzas de este joven y las de otros muchos, se están perdiendo en balde!
Hay aquí una pléyade de profesores y alumnos que, en amor a la ciencia y en Inteligencia, no ceden el puesto al sabio más reputado de Europa. Pero el cultivo de la ciencia exige medios: se necesitan libros, laboratorios, gabinetes, ensayos. ¿Cómo estamos aquí de estas cosas? Baste hacer notar que en la contienda que ha preocupado al público estos días, acerca de la acción de los reactivos sobre los microbios, la voz de la facultad de Ciencias de la Universidad, única docta para decirla última palabra en la cuestión, ha brillado por su silencio.)!Es posible que no haya en el Museo microscopios, es posible que no se hagan en él análisis! Algo debe haber de esto, puesto que no en casas particulares, sino allí ha debido estar el teatro de los experimentos.
La culpa no será quizá de los profesores, estará en estos ministerios oscurantistas que no aprecian más que lo que hiere sus sentidos. Ven el cólera llegar á nuestras puertas; se alarman, acuerdan gastos extraordinarios para establecer lazaretos, cordones sanitarios, practicar fumigaciones y visitas tan pomposas como inútiles; se paraliza la vida Industrial y comercial, ocasionando pérdidas enormes, cuya cuantía no es fácil calcular. En cambio se les piden algunos miles de duros para experimentos
y trabajos científicos, y se escandalizan.
Sin embargo, estos trabajos darán al cabo, como resultado infalible, el conocimiento de lo que es el cólera y el medio de extirparlo. Después de las conquistas de los estudios de Pasteur sobre la rabia y de mil otras de la ciencia, aquel resultado tiene que ser infalible. ¿Qué importará, pues, gastar millones sobre millones en experiencias, si se ahorrarían en un día y, sobre ello, se llevaría la salud a multitud de criaturas, evitando pánicos tan terribles como el que acabamos de sufrir?
Ese contraste tan irritante como bochornoso para la civilización ver a un arzobispo dejar 36 millones de ahorros después de llevar una vida de príncipe, por haber desempeñado el oficio de aplacador de las iras divinas, sin aplacar nada, porque ni el cólera, ni la rabia, ni la viruela, ni calamidad ninguna ha desaparecido en tantos siglos como lleva de dominación la Iglesia; y en cambio, que el pobre profesor, que es quien ha dado resultados positivos y evidentes para la extirpación de esos males, tenga señalado un sueldo mezquino con que no puede cubrir sus necesidades más precisas.
Esto debe acabar. La política republicana estará deshonrada si no lleva el sello de científica. El despilfarro de velas y mantos de vírgenes, es preciso que se trasforme en despilfarro de ingredientes, ensayos y experimentos cientificos. Vivimos en esta tierra, y solo conociéndola podremos habitarla seguros y gozosos. Si en efecto valen mucho los sacerdotes en otro mando, allí los protegeremos; aquí no los necesitamos.
A quien necesitamos es a los que nos dan a conocer la naturaleza de los elementos, la
utilidad que pueden reportar, y nos ponen a cubierto de las enfermedades o nos facilitan medios para crear bienes que alivian la vida y traen la ventura del hogar y la paz social. La miseria es compañera del crimen, y la abundancia amiga de la civilización. Nuestro periódico, ya lo sabéis, hombres de ciencia, está totalmente
á vuestra devoción. Si mañana viniese la República y no os protegiera, no descansaríamos un minuto en llamarla al deber.
No a desvanecer a Odón Buen, que es incapaz de desvanecimiento, sino alentar, en la
medida de nuestras fuerzas, ese salvador movimiento científico, único que nos dará un sólido puesto en la civilización, encaminanse estas lineas.
Valga lo que valiere, quiero consignar que es, no así como se quiera, sino obligación de nuestro país, hágalo el Estado, la diputación provincial, ó el municipio, enviar al extranjero a completar sus estudios a quien al terminar su carrera presenta un expediente de las excepcionales condiciones del de Odon Buen. El país que no ayudase á ascender al que tan irrefragables pruebas dá de servir y valer seria despreciable.
No he de terminar sin enviar mi felicitación sentida y afectuosa a la modesta familia que, desde un rincón de Aragón, contempla con los ojos arrasados en lágrimas de tierna emoción, los triunfos diarios del hijo adorado que no sacó otras armas al dejar el techo paterno que su inteligencia, su ardor por saber, su amor al trabajo y sus virtudes, pues todo se lo debe a si mismo.
Demófilo.
Seguramente uno de los textos más elocuentes que se han escrito en torno al magnetismo personal que din duda debió ejercer Odón a lo largo de toda su vida. Magnetismo que, por otro lado se haría profundamente insoportable para sus necios y prepotentes detractores. Queda claro como “flipaba” Demófilo, su suegro, con su futuro Yerno.