La calidad de los espacios públicos
Es posible que con las presumibles riadas de este otoño o de la próxima primavera y, si nadie lo remedia este canal desaparezca. Encajado en el Parque Fluvial para acercar el río al entorno urbano y ampliar la oferta de recreo, su contemplación siempre me ha resultado grata y relajante, sobre todo cuando el sol de la mañana lo enfila y les arranca a sus aguas miles de guiños y destellos. Al construirlo se habilitó una suerte de embarcadero que permitía dar pequeños paseos en barca que hoy serían imposibles de practicar. Es una lástima que la falta de atención y mantenimiento lo estén convirtiendo en una gravera.
Si se rompen las farolas y no se arreglan, si las mascotas campan a sus anchas, si dejamos que se sequen zonas verdes que otrora daban esplendor al parque y las orillas del río, si no velamos en definitiva por la calidad de los espacios que nos hacen la vida más grata y refuerzan nuestro sentimiento comunitario, la vulgaridad se irá adueñando poco a poco del ambiente y acabaremos considerando normal cualquier tipo de comportamiento degradante. Aunque preservar el patrimonio público es una tarea que nos concierne a todos, qué duda cabe que es a las administraciones públicas a quienes más directamente compete velar por todo aquello que constituye el riquísimo acervo medioambiental del municipio. Conservar y mejorar lo que se posee son tareas permanentes que conviene tener incrustadas en el sistema de gestión como algo inherente a su buen funcionamiento. Al menos eso es lo que se desprende de la lectura de cualquier ordenanza sobre Medio Ambiente que se precie. No es extraño que las normas que no se cumplen acaben por volverse en contra de quien las promulga.
No pretendía yo ponerme trascendente. Simplemente me gustaría apuntar que echo en falta una metódica labor de pedagogía sobre esta materia que vaya más allá de candorosos y bienintencionados esfuerzos. Algo que, sin menoscabo de lo anterior, confiera un mayor fuste al medio ambiente y a su incidencia en nuestra vida social. Que sitúe nuestra riqueza medioambiental en el primer plano de nuestros valores para que todo aquel que lo desee la quiera y la proteja y no permanezca impasible cuando alguien la agrede o se olvida de sus obligaciones. A partir de ahí, la responsabilidad continúa siendo de las Administraciones y de la normativa vigente.
Javier Puyuelo